Por Juan Santiago Fraschina
Sostener el aumento del gasto público en medio de la crisis financiera internacional ha sido uno de los aciertos más importantes del gobierno nacional. Ante el derrumbe de las potencias económicas que ha repercutido en la economía argentina sobre todo vía comercio exterior, el gobierno nacional decidió incrementar el gasto público como principal política anticíclica. En efecto, ante la caída de la demanda externa, el sostenimiento del crecimiento del mercado interno a través del aumento de las erogaciones del sector público permitieron que la crisis internacional no repercutiera fuertemente en la economía nacional.
Sin embargo, la política fiscal expansiva junto con el desaceleramiento en el crecimiento de la recaudación tributaria debido al impacto de la crisis mundial, generaron una reducción en el superávit fiscal y una nueva discusión sobre el problema del financiamiento.
Ante el deterioro del superávit primario en 2008 por la crisis global, volvieron a aparecer los neoliberales reclamando el retorno de la Argentina al Fondo Monetario Internacional, poniendo nuevamente al organismo financiero en el centro de la política económica nacional.
Pero volver al Fondo es nuevamente subordinarse al mercado financiero internacional que son los mismos que llevaron a la Argentina a la peor crisis económica y social de su historia en el 2001 y que son responsables del colapso mundial actual.
Estos sectores pretenden el retorno al FMI como un instrumento para acotar el intervensionismo estatal que se viene dando desde el 2003. Como el mayor protagonismo del Estado afectó ciertos intereses económicos poderosos, como en el caso de la estatización de las AFJP, buena parte de los sectores dominantes visualizan al organismo internacional como un aliado estratégico para detener la presencia del Estado en la economía.
Estos sectores representantes del colonialismo mental sueñan con un país periférico, subordinado a los centros de poder, exportador de materias primas a los países desarrollados; para lo cual la reinserción del Fondo en nuestro país es una de las políticas principales. Según estos sectores la Argentina es un apéndice de la economía mundial y que tiene que ser regulada desde afuera.
Estos mismos sectores son, en general, los que reclaman la eliminación de las retenciones para colocar al país en una situación de vulnerabilidad financiera para tener que recurrir al financiamiento externo y por lo tanto aceptar las condiciones impuestas por el organismo internacional.
Volver al Fondo es perder nuevamente como en la década del noventa el control de la macroeconomía y por consiguiente de construir un proyecto endógeno de desarrollo económico y social. El discurso es de nuevo volver a darles señales amistosas al mercado financiero, lo cual implica aceptar las condicionalidades impuestas por el Fondo. De esta manera, el retorno al Fondo conduciría a un disciplinamiento de la economía argentina funcional a los sectores dominantes.
Su rígida propuesta es aplicar el déficit cero, privatizar el sistema previsional, reducir el gasto público, bajar los impuestos a los sectores de altos ingresos, desregular la economía, eliminar los subsidios e imponer todas las políticas neoliberales ya conocidas.
Por eso el pago al Fondo Monetario Internacional significó una política fundamental para la construcción y consolidación de un modelo de valorización productiva con inclusión social, es decir, de un proyecto de desarrollo nacional a partir de un mayor intervensionismo estatal.
Entonces el retorno o no al Fondo Monetario Internacional no es una cuestión técnica ante la necesidad de financiamiento, si no más bien una cuestión política de volver o no a subordinar al país a los intereses de los países centrales y del sistema financiero internacional.
El país ya experimentó las recetas del Fondo. En la década del ochenta con los planes de ajuste estructural que implicaban una reducción permanente del gasto público. En la década del noventa con el Consenso de Washington que junto con la reducción de las erogaciones del Estado se adicionaron cambios estructurales como el programa de privatizaciones, la apertura comercial, la desregulación de los mercados y la flexibilización laboral.
Ambos planes terminaron en las dos crisis más profundas de la historia. En efecto, la crisis hiperinflacionaria de fines de la década del ochenta y la caída de la convertibilidad en el 2001.
Los sectores dominantes quieren imponer que las dos únicas alternativas para la Argentina sean reducir el gasto público y/o retornar al Fondo para reincorporarnos en el sistema financiero internacional. Sin embargo, existe una tercer opción: aumentar la presión tributaria sobre los sectores de mayores ingresos. De esta forma, es posible seguir sosteniendo el superávit fiscal al mismo tiempo que aumentar el gasto público para expandir la demanda agregada.
La disyuntiva es clara: seguir con el colonialismo mental lo cual implica volver al Fondo o profundizar el modelo de desarrollo nacional iniciado en el 2003.
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